sábado, 27 de octubre de 2007

Eivissa

Quiero quedarme a la vista de este sol mirando a través de los ojos de un puente sin río. Ojos hechos para contemplar desde su blancura el color del mar mediterráneo fundido con el cielo en el horizonte, cada uno reflejo del otro.
Arcos abiertos a la esperanza donde todo es contemplar y no hay que esperar nada. Esta sí es una esperanza fructífera.
Dejar pasar el tiempo aquí no es como en cualquier otro lugar; pasa, sí, pero almohadillado en la amable orografía de esta minúscula isla. ¿Y quién necesita un millón de metros cuadrados?
Pasa el tiempo pero caminando sobre la senda dorada que se abre paso sobre las olas, deslumbrante, cuando el sol se hunde allí donde acaba el mar.
Los botes son mecidos por el agua y todas las caracolas suenan al unísono, los ritmos tribales se mezclan con los sagrados sones de la naturaleza. Y en un café sobre un rompiente con la brisa salada y húmeda acariciando la piel, la existencia se torna compasiva, plácida, hermosa...

No hay comentarios: