viernes, 28 de septiembre de 2007

Yo soy también mi lado quemado.

Chispa que inicias una reacción en cadena,
vida incipiente con un destino: morir,
con un vaivén de movimientos de cadera
se prende un fósforo de cabeza carmesí.
Es todo ignición, como avanza poderoso
el crecimiento del nonato y aun nacido
sigue andando el fuego avante presuroso
no cabe parar un poder tan expansivo.
Juventud brillante, anhelante de sueños,
tu fuego es el más colorido y elevado
porque encierra infinitos proyectos,
los que sí y los que no serán realizados.
Ay de cuando ha ardido más de la mitad
de la cerilla. Ved como el elemento etéreo
se elonga y se achata, abarca el suelo
y pierde el arte de ganar altura y volar.
La madera ya quemada se retuerce ennegrecida,
pasado humeante que se nos va y sólo queda
complacernos en el olor de nuestras ruinas,
lo que pudo ser y no fue y lo que fue de veras.
Ya la llama casi extinguida, medio dedo
de madera de cedro aún por consumir
quizás deje de arder por desconsuelo
o quizás se aferre al mismo fuego, a sí.

Os digo que he visto arder muchos fósforos
y algunos no llegan hasta el final.

Sicilia

En la luz esponjosa de tus atmósferas
perdura siglo tras siglo tu hermosura
en la campiña verdeada por la primavera
y en la aridez estival, entre los olivos
centenarios y los naranjos refrescantes.
Flor azotada por los vientos del desierto
aires africanos que mueven a su paso
tus tres pétalos, Trinacria, tus tres piernas
de mujer, tus tres esquinas, tus tres savias:
vino, aceite y mar. Tesoro del Mediterráneo,
son tus pescadores austeros y rudos,
tus pobladores morenos y altivos, seres
orgullosos supervivientes de mil conquistas.
En los templos erigidos por los griegos,
en las despensas de todos los imperios antiguos,
en las leyendas forjadas por Odiseo navegante
y los dioses que tu piel, sustrato de vida,
pisaron y gozaron para hacerla fértil;
en todo ello te he conocido. Porque he respirado
tus aires, he paseado por tus montes y playas
y he mirado dentro de tu corazón abrasador
a través de los cráteres del Etna ¡Sicilia!

A ti que me matas

Si no te encuentro sufro tu ausencia
mi carácter se torna torvo y desabrido,
pierdo mi dignidad, por ti suplico y pido,
cual un mendigo loco, tu dañina presencia.
Mis labios te sueñan, mi alma reverencia,
de tu boca el tacto, en mi corazón latido,
de tu esencia el sabor divino del fluido
que a mi espíritu cautivó con rara ciencia.
Arde mi impaciencia cuando abro tu vestido,
te enciendo con mis dedos y te doy muerte
con mis labios; tu cuerpo a brasas reducido,
paréceme que se consume y el consumido
soy yo que pierdo el aire de tanto tenerte.
Mal vicio el humo tuyo, cigarro querido.