domingo, 24 de mayo de 2009

ISLA

Existe una aldea a los pies
de los titanes cántabros,
bañada por el mar
e invadida del verdor de los castaños,
los helechos, las plantas trepadoras,
el musgo de las rocas
y los caracoles que en las hojas
beben del fresco rocío de la mañana.

Existe una aldea que quiso alejarse
del ruido del hombre,
el ruido de sus máquinas
y sus viles ambiciones,
el ruido de sus insidias
y sus tribulaciones amargas;
esos sonidos chirriantes,
cacofonías delirantes,
patéticos esfuerzos para alejar a la muerte.

Existe una aldea que entiende
su pequeñez y vive de ella
tranquila y humildemente;
en su fértiles suelos crecen
las hortalizas exhuberantes
y el maíz espigado.
Los judiares buscan el cielo
trepando, trepando, por las guías sustentados.

Existe una aldea que no quiero
dejar de visitar para lograr
llenar de hueco real, de paz,
mi alma llena de preocupaciones
tan banales y tan vacías.
Soy un urbanita gris.
Si cualquiera mirara
el paisaje conmigo dentro
se sorprendería por el desafortunado contraste.