viernes, 18 de abril de 2008

Soberbia

Falta grande de los grandes,
de los pequeños su ruina,
desfachatez que camina
como los tercios de Flandes.

Sin recato ni modestia,
critica si no domina,
bondad ajena es espina;
virtud de otro, molestia.

Se alimenta de despojos
siendo grande su ambición,
traga todo sin antojos
por conseguir posición

Acepta para sí el aprecio
e incluso la adulación,
es la posesión del necio
que no cree tener parangón.

miércoles, 2 de abril de 2008

Saco de huesos

Esta máquina que es mi cuerpo:
fluidos, conductos, muelles, cavidades
de procesados químicos vitales,
partes poco a poco desfalleciendo.

Este cuerpo sustrato de vida
apetente de pasiones, grasas,
temporal anhelo de no ser nada,
búsqueda rabiosa de dopaminas.

Este sustrato, saco de huesos,
ora se ensancha ora se estrecha,
para mantenerse vivo se quema
por el oxígeno que le da aliento.

Este saco de huesos, mi experiencia,
pensamiento, movimiento y expulsión
de desechos, este poema canción
a mi yo fisiológico, mi presencia.

Esta vida, mecha en combustión,
es un proceso autodegenerativo*,
dejar de ser siendo, un conflicto,
enfermedad mortal sin curación.

*No existe tal palabra en nuestro léxico, cuando no la recoge la R.A.E., pero me gusta su fonética y el significado implícito evidente

Buscad la cordura, hombres

Los hermanos enfrentados
por el vil metal infesto,
jóvenes alcoholizados
con objetivo manifiesto,

las rencillas aldeanas
por alguna res que murió,
las sospechas insanas
de uno que se enceló;

el mozo varonil y recio
por demostrar su bravura,
un despojo ralo y necio
con afición sucia e impura.

El plomo gris de las balas
destroza cuerpos frágiles
y el machete corta alas,
brazos y piernas ágiles.

La violencia tiene mil
causas y ninguna norma,
carece de lo más sutil
y siempre halla su horma.

Virtud, dignidad, amor
son peor que la envidia
si un hombre por su honor
las convirtiera en insidia.

Y hablo así del hombre
que a la mujer no le tira
dar porrazos en su nombre:
pecado viril es la ira.

Zahara

Bajo la estrella dorada
que nos regala el día
con la vista en el inmenso
azul, el mar y el cielo
cosidos por el horizonte,
me hundo en las finas arenas de Zahara.

El Poniente fresco despeina
mis cuatro pelos y trae
el aroma de ultramar,
mueve los pantagruélicos
molinos de blanco artificial,
excita las olas y sacude los verdores.

No puedo imaginarme
más dicha que la de este
momento mágico al lado
de mi bella y dulce amada,
protegidos por una barca
que espera a su pescador en la playa;
yo escribiendo este poema,
ella semidesnuda, tumbada.